miércoles, 17 de septiembre de 2014

En la columna de la tía Cecilia


El escudo protector super poderoso...


Muy buen miércoles queridos todos, he visto que muchos ya no saben ni qué santo nuevo inventar o qué cosa ritual herética sacar para protegerse, ahora pegan estrellitas demoniacas, cuelgan bolitas de cristal impías y se alejan cada vez más del regazo de nuestra dulcísima madre la Virgen María. Hoy por eso les contaré de un escudo super poderoso el cual, los habitantes de la Ciudad de México teníamos la fortuna de disfrutar en el siglo XVIII. 

Descrito por el excelentísimo maestro y presbítero don Cayetano Cabrera y Quintero en su Escudo de Armas de la Ciudad de México, nosotros los novohispanos capitalinos teníamos una serie de vírgenes que nos protegían en cualquier epidemia, inundación y tragedia que Dios nuestro señor nos enviaba como castigo para que nosotros, sus hijos recordáramos nuestro lugar y nos arrepintiéramos de nuestros pecados. 

Durante el virreinato existieron muchísimas epidemias y sismos, tan solo en 1711 casi todas las ciudades del virreinato se vieron afectadas por un fuerte temblor que dejo por suelo muchas de nuestras mejores estructuras, además estaban las epidemias como el matlatzáhuatl o el cocolistli, de la cuales les hablé hace unas semanas...

Entonces estaba nuestro escudo super poderoso de vírgenes milagrosísismas y dulcísismas, al norte nos protegía nuestra madrecita la virgen de Guadalupe en su santuario del cerro del Tepeyac, al sur nos cuidaba la virgen de la Piedad en su santuario de la Piedad, hoy desaparecido pero que estaba frente a la plaza comercial de Parque Delta. A los lados también teníamos cuidado divino, al oriente la virgen de la Bala, en el hoy extinto santuario de San Lázaro, muy cerca de donde ahora gobiernan los cochinos e irrespetuosos diputados, y al poniente nuestra virgen de los Remedios, estatuilla traída por los conquistadores de Cortés desde tiempos de la colonia.

Todas estas vírgenes eran milagrosísimas y nos protegieron por muchos siglos, ahora algunas de ellas ya no existen y otras se han movido de lugar, pero yo como católica novohispana, aseguro que si ustedes los capitalinos les rezaran para pedir su protección, ellas en verdad irían a su auxilio, es un cpnsejo que les doy yo, su adorable tía... 

¡Los quiero ver rezando!

Los ama, doña María Cecilia Matzicatzin. 

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